Mi segundo vacío: el destete

Hacía mucho tiempo que esa opción rondaba mi cabeza, y eso que darle la teta a la peque es algo que me ha encantado siempre, quizás porque la primera semana fue más difícil de lo que habría querido, no lo sé, pero yo dándole teta era feliz. Nunca supe cuánto tiempo iba a darle de mamar, en mi ingenua cabeza pensaba que las tomas se irían espaciando hasta que ella perdiese por completo el interés, quizás con más tiempo hubiera ocurrido así, sin embargo, por motivos que ahora no vienen a cuento, decidí forzar el fin. Recuerdo que hace años me sorprendí cuando una compañera me contó que, por un tema médico, tenía que quitarle a la niña la toma que hacía antes de dormir, así, de repente. Su hija tendría algo más de dos años, ya solo hacía esa toma, pero a mí me chocó que aún mamase, fue la primera vez que alguien de mi entorno mantenía una lactancia «prolongada» y me lo contaba.

Cuando nuestra peque cumplió el año la gente empezó a preguntarme ¿Hasta cuándo? Cuando pasaron seis meses más la gama de preguntas se hizo más amplia: ¿Todavía le das teta? ¿No te muerde? ¿Pero aún te sale algo? Y mi favorita: ¿Eres de la liga de la leche? Por citar algunos ejemplos, todos ellos reales.

Creo que ante tanta insistencia externa en destetar a la peque yo me armé de obstinación y seguí adelante. Además, empecé a conocer más mujeres que estaban como yo, amamantando a pequeños andarines. Entonces la recomendación de la OMS de si es posible mantener la lactancia hasta los 2 años no me pareció tan difícil de alcanzar.

A los 2 años me entraron dudas, me pareció que reclamaba demasiada teta, era su droga que la calmaba y en plena efervescencia de la adolescencia infantil le ayudaba a sentirse segura. Seguimos adelante tratando de reconducir y no darle teta para curar berrinches o por haberse sentido frustrada ante alguna adversidad, sustituyéndola por brazos, abrazos, besos y mimos. Con unos dos años y medio, intenté dejar de darle por las noches porque de verdad yo necesitaba dormir más seguido, sin una duendecilla colgada de mí, y como ese era mi objetivo pero no acababa de conseguirlo la cambiamos de habitación. Ese fue nuestro primer vacío, sobre el que ya escribí aquí. Éste, el segundo, es sólo mío.

Sé que ya está preparada para dejar de tomar leche de mamá, que le vendrá bien que cambiemos la manera de relacionarnos, que encontrar consuelo en los abrazos y los besos que mamá o papá le demos será fenomenal. Además sé, que dejarle paso a papá será genial para los tres pero además es necesario. Es necesario que yo deje sitio a papá, para que la complicidad entre ellos sea mayor, últimamente nos dábamos cuenta que todo, especialmente cuando está de malhumor o cansada, tiene que hacerlo mamá: mamá tiene que cogerla en brazos, acompañarla a dormir, leerle un cuento, darle un vaso de agua,... y la situación empieza a hacernos daño. Me mandaron un dibujo de una plantita muerta con la leyenda: «Y murió la plantita de tanto que le daba agua… Y entendí que dar de más aunque sea algo bueno, no siempre es lo adecuado«. Ese dibujo y esa leyenda me abofetearon, trayéndome enseguida la cara de mi pequeña. Esa pequeña a la que tengo que dejar que se haga mayor y crezca, en todos los sentidos, porque como dice, Maite, una gran persona y terapeuta «nuestros niños no nos pertenecen». Debemos ser sus guías para crecer, para que exploten todo su potencial, pero debemos dejar que maduren a sus tiempos, lo contrario es entorpecer su desarrollo.

Hasta ahora la idea me rondaba la cabeza, pero siempre volvía a caer porque me daba pena. Ahora sé que destetarla es lo que su desarrollo necesita.

Desde que salió de la habitación de matrimonio venía haciendo unas tres tomas: desayuno, siesta y noche. Una vez que me decidí a forzar el destete pensé hacerlo a las bravas, quitarle las tres tomas, le expliqué que ya no iba a haber más teta porque no la necesitaba ya que se hace mayor. Llantos, mamá la necesitoooo. Le expliqué que mamá había decidido esto porque la quiero mucho y es lo que necesitamos. Mamá es quien cuida a la nena, la abraza, le da besos, le canta canciones, le lee cuentos, le hace cosquillas,… Y todo eso lo vamos a seguir haciendo, igual o incluso más si lo necesita. Entonces, mi pequeño pichón, cual mercader, me hizo una contraoferta que yo, con el pecho a rebosar ante tanto llanto, no pude rechazar: «mami, una semana más y ya está». ”Una semana más para ayudarte a conciliar el sueño por la noche y ya está, ¿vale?» Hicimos un trato y marcamos en el calendario el último día de teti.

Los primeros días se le olvidaba y me la pedía a medio día, a veces al desayuno, a veces por aburrimiento. Pero aceptaba mi negativa, era una especie de por si cuela. Tras cumplirse la semana de «despedida» me la ha pedido una o dos veces al día, para dormirse. También ha llorado a lágrima viva, como si le arrancase la piel a tiras, sin dejar que me acercase a ella, mirándome sin entender por qué le niego algo que sigue estando ahí. Debe pensar que tiene una madre horrible.

Como tenía bastante asociada la toma de la teta con el sueño, y sobre todo con la siesta, este momento está siendo complicado. No es una niña que se rinda al sueño con facilidad, más bien todo lo contrario. Por la noche, con ausencia de luz lo acepta más fácilmente pero dormir viendo un sol radiante y sin su teta ya es otro cantar. Como todo, con cariño y paciencia, pasará. Siguiéndola, queriéndola y entendiendo que por momentos se frustrará y no sabremos cómo hacer las paces, porque ambas, mamá y nena, tenemos que aprender otra manera de ser y estar.

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2 comentarios en “Mi segundo vacío: el destete

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