Destete

En una de las últimas entradas, haciendo el repaso de #mi2019bloguero, me di cuenta de que en su momento no llegué a contar cómo fue el desenlace de nuestro destete, porque sí, yo decidí destetar pero Pichón no estaba de acuerdo y el proceso duró un tiempo, supongo que más de lo que yo pensé en un primer momento.

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A comienzos de 2018 empezamos a plantearnos el tener otro bebé. Pichón ya iba camino de los 3 años por lo que cada día se mostraba más autónoma y tampoco queríamos dejar que pasase mucho tiempo para evitar mucha diferencia de edad. Además yo sigo aún hoy pensando que tengo los 30 que cumplí en 2015 pero cada año sumo uno más… El único «fleco» que quedaba era la lactancia, pues con casi 3 años la peque seguía tomando teti al menos 3 veces al día: para darnos los buenos días, para echar la siesta después de comer y para despedir el día. Ambas disfrutábamos de ese momento, era un jardín privado en el que relajarnos. A veces algunas personas trataban de inmiscuirse ofreciendo opiniones que nadie había demandado pero a fuerza de oírlas ya sabía ignorarlas para continuar disfrutando con mi pequeña de ese momento. Ella  también sabía responder cuando alguien le decía que eso era «de pequeños» o «una cochinada». Esta última apreciación me molesta bastante, porque quien ve algo sucio en que un hijo tome teta de su madre es que ve con mirada sucia. Digo ve y no mira no por no redundar, sino porque creo que si en lugar de ver amamantar esas personas observasen como una madre amamanta cualquier resquicio de sexualidad se eliminaría para dejar paso sólo a la ternura que ese acto entraña.

Pero volviendo al tema, yo siempre había confiado en tener un destete progresivo, que fuera ella la que perdiera el interés. Había leído que se estimaba que el destete biológico del humano, sin interferencias culturales, podía darse entre los 2 años y medio y los 7 así que no me parecía raro seguir dándole y estaba atenta a posibles señales, aunque aquello no parecía que fuera a ocurrir pronto, por lo que empecé a plantearme el iniciar la búsqueda de un nuevo bebé sin haberla destetado y confiar en que la bajada fisiológica de producción láctea durante un hipotético segundo embarazo diese el impulso que necesitaba para lograr un destete feliz.

Supongo que como soy terapeuta me pregunté cómo asumiría mi cuerpo esta situación y pensé en que habría que complementar quizás con vitaminas. Yo no quería hacer tándem, eso sí lo tenía claro, pues no me veía con una buena disposición para ello. Con todas estas ideas en la cabeza pedí consejo a Isabel, una de mis profesoras de osteopatía que me cuido durante y después del embarazo de Pichón (así como después con el de Pepita y su postparto). Ella me conoce, ya son muchos años, y me hizo las preguntas adecuadas para que yo reflexionase. ¿Por qué quería alargar la lactancia? ¿Por qué me preocupaba estar embarazada y lactando? Hablamos largo y tendido y me di cuenta de que si quería traer al mundo un nuevo bebé debía dejarle espacio, debía dejar que mi hija creciese y tratar de cerrar de la manera más delicada esa etapa de nuestra relación. Ojo, no digo que todo el mundo deba hacer lo que yo hice, digo que yo necesitaba hacerlo. Por mí, por mi manera de ser y estar, por el momento en el que estábamos… Yo necesitaba tomar mi espacio, de hecho, iniciamos el destete en julio y no empezamos a buscar otro embarazo hasta septiembre. Una vez destetada me apetecía tener mi cuerpo para mí sola un tiempo, disfrutarlo, y hasta que no sentí que eso había pasado seguimos manteniendo relaciones con protección.

Los primeros días sin teta fueron duros para las dos. Mucha frustración y desconcierto embargaban a Pichón. Supongo que también decepción. Yo por mi parte sentía pena por verla sufrir así. A veces me sentía culpable pero sabía que era una buena decisión, ya que amamantar estando embarazada hubiera sido muy duro para mí.

Las primeras semanas lloraba muchísimo, especialmente al irse a la cama pero poco a poco fue dejando de pedirlo. Sin embargo, cuando habrían pasado unos 25 o 30 días, en un momento en el que ella estaba muy enfadada a mí se me encendió la bombilla y le pregunté «¿Echas de menos la teti?». Su cara de rabia de un segundo antes cambio por completo y se echó a llorar completamente desolada «Sí mamaaá, la echo de menooooos». La abracé, me abrazó y lloró, lloró y lloró. No sabía cómo consolarla y entonces se me ocurrió. Yo sabía que aunque tratase de mamar ya no iba a sacar nada así que le repetí como ya había dicho otras veces que ya no tenía leche, pero esta vez añadí «¿Quieres ver si sale algo?». Se enganchó y trató de mamar para comprobar por sí misma que ya no había leche. Mamá no mentía, se había acabado. Me abrazó y lloró, pero como llora alguien que lo ha intentado todo y por fin sabe que aunque trate de volver atrás no hallará ninguna solución.

Después de esto nos empezamos a sentir mejor ambas. Mi pecho derecho estuvo fabricando leche hasta octubre más o menos (unos 3 meses desde el destete), especialmente el cuadrante superior externo, de hecho llegué a hacerme una ecografía para descartar que no fuera otra cosa, aunque los bultos se reducían cuando me masajeaba el seno y hacía salir algo de leche. Al ser la zona axilar me pareció adecuado asegurarme que todo estaba bien antes de quedarme de nuevo en cinta. 

Para acabar me gustaría contaros una última anécdota. Yo me quedé embarazada en noviembre. Pues bien, cuando me hice el test de embarazo se cumplían 5 meses desde que dejé de darle pecho a mi peque. Al día siguiente, domingo, ambas jugábamos en la cama cuando de pronto, estando ella tumbada sobre mí me dijo:

«Mami, hueles a leche».

 

Por supuesto, fue la primera con la que compartimos la noticia de que había otro bebé creciendo dentro de mí.

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